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El oficio en sus principios

Utilizaciones diversas:

Atavíos, uniformes, vestimentas eclesiásticas, galones de libreas, autos.

Veamos lo que dice el diccionario universal del siglo XIX (1873) sobre las libreas.

Librea es el vestido con colores y adornos distintivos que los nobles hacían llevar a sus criados.

Librea

La librea, en su origen era una vestimenta cuyo nombre designaba antiguamente las capas distribuidas por los reyes de Francia  a los cortesanos la víspera de Navidad, y que, más tarde, fueron reemplazados por una suma de dinero a la cual se le da el mismo nombre.

Contrariamente a lo que muchas personas piensan hoy, los coches ocupaban, al final del siglo, un lugar importante dentro de la vida parisina.

Los grabados de la época nos muestran la Avenida Champs-Elysées con sus coches y sus caballeros. Los han citado en las revistas y diarios como coches de lujo célebres.

En Champs-Elysées estos carruajes se alquilaban en el bosque o en Longchamp, para asistir  a paseos que tenían como pretexto a grandes reuniones mundanas.

Existían muchos modelos diferentes de coches. Estaban los famosos berlinas de gala del

 Elyseo, que se usaban en las fiestas dadas en honor del zar de Rusia. Como nuestras reproducciones lo muestran, esos autos estaban adornados de flecos, de borlas, de galones dorados, de cordones…

La industria de los coches era floreciente y proporcionaba trabajo a los pasamaneros.

Carruaje de Napoleón
Caballo vestido con borlas

Breve resumen de la evolución de los telares

El tejido de cinta se ha hecho durante largo tiempo sobre telares de una sola pieza, donde la lanzadera era pasada a mano.

El arte de tejer en forma lisa las telas, ha sido inventado en Alejandría.

El telar de Jean le Calabrais, importado y armado en Tours en 1470, es considerado como el ancestro del oficio de cintas. Se tejían las telas a dos colores. En cada  corte de la trama, el obrero tiraba de una mano sobre una cuerda para hacer levantar un grupo de hilos y arrojaba la lanzadera con la otra mano.

En 1620, Claude Dangon,  tejedor lionés,  inventó  el telar a la gran tirada. Necesitaba al menos tres tiradores para hacer levantar los hilos de cadena.

Telares artesanales

Una nueva simplificación es imaginada en 1720 por un pasamanero llamado Bouchon: las agujas que comandan las planchas pasan dentro de los agujeros de un papel sin fin.

Falcon, hacia 1730, inventa el sistema de marcas (garras) y de ganchos, y reemplaza el papel sin fin, demasiado frágil, por los cartones entrelazados. El cartón, enchapado contra las agujas de gancho, hacía elevar los hilos.

Vaucanson, en 1744, reunió las dos ideas. El papel desfila sobre un cilindro agujereado conforme el diseño. El empalme de Ponçon, en 1766, permite cambiar los diseños más fácilmente.

Jacquard dará al telar que lleva su nombre, su forma definitiva en 1808.

Al telar de Vaucanson, él le adapta los cartones enlazados de Falcon y sustituye por un prisma al  cilindro.

La marcha es automática, el tejedor no tendrá más necesidad de tirar de la cuerda. Esta invención lleva a la fábrica una gran efervescencia.

Una revolución semejante se produciría dentro de la industria de las cintas, con  la aparición de telares de muchos cabezales.

El primer telar a barra (a la Zurichoise), había sido inventado en Aiche, Suiza.

Seguido de otras versiones, fue importado a Bale  y a Crefeld, por dos refugiados neerlandeses en 1670.

En 1736, se instalan en Marsella  dos telares de cintas, uno de 16 y el otro de 24 piezas y obtienen subsidios.

Los  mismos subsidios se dan en París en 1739  y en 1741 se otorga una prima de 70 libras por año durante 8 años para cada telar montado así.

Durante 1750, los hermanos Dugas lo montan en St-Chamond. Los introducen en St-Didier hacia 1775. Los obreros suizos se comprometen para instalarlos y formar a los aprendices.

Estos primeros telares no tenían más que dos cabezales. Ya en 1798, se podían hacer los satenes a ocho cabezales. Se adapta el tambor recubierto de teclas para las hechuras de varias piezas.

Los mecánicos de Saint-Etienne adaptan la mecánica de Jacquard. Sustituyen la vieja hoja. Las hojas eran a sierras o a engranajes (Reverchon), hojas a escape o ganchos que se transmiten a las lanzaderas alternativamente. (Preynat), las hojas a piñones dentados con engranajes de cuero sobre cuero (Boivin).

Burgin sustituye el juego de los tambores. El inventa un regulador para uniformar los tiros de trama.

J.B.David pone a punto el telar de terciopelo de doble pieza, importado en 1793 por Thiolliere Duchamp.

Los perfeccionamientos en los detalles han sido innombrables: el ascenso de hojas para telares brochados, el alisado de cartones, etc.

Finalmente, los telares de Crochet. El principio es muy simple, la máquina provista de numerosos ganchos arrastrados por levas. Trabaja a una gran velocidad y permite una producción importante, pero limitada, en la ejecución de artículos muy simples: flecos y galones.


FABRICACIÓN DE LA PASAMANERÍA ARTESANAL

El telar: es el elemento fundamental para todos los tejidos y dentro del armazón de madera en el que se sitúa el tejedor, cuenta con los siguientes elementos

Telar

Rodillos de provisión: grandes carreteles de madera que portan tanto la cinta como los espejos y los cordones. Están dispuestos en la parte opuesta al asiento del tejedor y cuentan con unas sogas con contrapesos que ayudan a dar tensión al tejido.

Rodillos de provisión

Rodillo de recolección: es un largo eje cilíndrico, hecho en madera que se sitúa en la dirección transversal del telar y es accionado manualmente por intermedio de un juego de manijas colocado en su extremo derecho y en su extremo izquierdo cuenta con un engranaje con una uña de soporte que evita el retroceso.

Su objetivo es la acumulación del producto tejido.

Rodillo de recolección

Espiral: largo resorte montado sobre una madera dispuesta transversalmente y en el espacio que está entre los rodillos de provisión y las lisas, con el objeto de separar los hilos individualmente.

Espiral

Cinta o cadena: son hilos, por lo general en grupos de 3, en el sentido longitudinal del tejido.

Espejos: conjunto de hilos dispuestos del mismo modo que la cinta y que quedan por encima de esta en el entramado.

Cordones: estos también van en el mismo sentido que la cinta y los espejos pero tienen mayor cuerpo y van retorcidos en uno o más cabos.

Cinta, espejos y cordones

Agreman: grupo de cordones que se enrollan en una lanzadera alternativa en el caso que el tejido lleve relieves especiales como aros, eses u ochos.

Agremán

Trama: delgado mechón de hilos enrollados en el carretel de la lanzadera que se entrecruzan con la cinta en el sentido transversal del tejido.

De éste entrecruzamiento necesario de la cinta, la trama, espejos y cordones, es la trama la que fija las subidas y bajadas de los otros, pasando alternativamente de derecha a izquierda y de izquierda a derecha.

Lanzadera: óvalo plano de madera que se utiliza para desplazar la trama transversalmente con un eje metálico removible, dispuesto en el sentido longitudinal, que permite la incorporación y extracción de los carreteles cuando estos agotan su contenido. 

Carretel o canilla: pequeña bobina o tubo ubicado dentro de la lanzadera  y sobre el cual es enrollada la trama delante de su incorporación dentro del tejido. Este nombre ha sido dado porque originalmente éste instrumento estaba formado por un pedazo de bambú o caña de  India.

Carretel con la trama en la lanzadera

Lisas: son los pequeños alambres de disposición vertical con un ojal central por el que pasa cada hilo de la cinta.

Hay un grupo de lisas individuales para la cinta, espejos y cordones

Conjunto de lisas

Liras: planchas de maderas con contrapesos, entrecruzadas con delgadas sogas, que comandan cada grupo de lisas.

Lira

Poleas: conjunto de ruedas de madera que permiten el ascenso y descenso de las liras comandadas por los pedales

Cojunto de poleas

Pedales: largas barras de maderas, operadas por el tejedor con los pies, que comandan las liras a través de las poleas situadas en la parte alta del telar

Pedales

Battant (hoja batiente) es el instrumento del telar, donde se encuentran engarzados los peines y que con un movimiento pendular, permiten golpear la trama para ajustarla a cada paso de la lanzadera

Battant

Peine: estructura de delgadas varillas metálicas verticales que proveen la separación necesaria entre los hilos de cinta, espejos y cordones.

Poseen diferentes espaciados entre varillas y en función del ancho del tejido requerido, se necesitarán mayor cantidad de varillas y/o espaciado entre ellas como así mismo, mayor cantidad de hilos de cinta y espejos para llegar a la medida deseada.

Preparación del peine

El  primer trabajo es sin duda la elección y la preparación de las materias primas.

Prácticamente todo tipo de hilado puede ser utilizado en la fabricación.

Someramente la nomenclatura de las materias utilizadas es el siguiente:

  • algodón
  • rayón
  • hilo sintético
  • lana
  • seda natural
  • yute, lino, etc. 

 

Todos estos materiales son utilizados según los deseos de diferentes efectos, ya sea de grosores o volúmenes, más o menos importantes o de brillo u opacidad. En general se trata de hilos retorcidos y en menor medida, solamente agrupados en mechones.

Dentro de la preparación, un paso fundamental es la formación del color y en este punto es donde aparece la habilidad de quien lo hace. La técnica es similar a la formulación de colores en pintura, por mezcla. La ventaja con los hilos es que se puede desandar el camino en el proceso, la desventaja es que las proporciones son finitas.

Se trata de prueba y error, se ponen y se sacan hilos de distintos colores hasta que la mezcla sea del color deseado. Fácil decirlo pero se necesitan muchos años de experiencia para que la tarea no sea eterna.

Esos hilados en algunos casos son utilizados directamente desde el grupo de conos al urdidor o “calesita” y en otras oportunidades se devana en carreteles para ser retorcidos o directamente tejidos

Tanto la cinta como los espejos y cordones son recogidos en los rodillos de provisión para luego proceder al atado y distribución en las lisas correspondientes

La trama, cuando se trata del tejido de galones o algunos flecos en particular, se enrolla en los carreteles pequeños que van en las lanzaderas y para la gran mayoría de los flecos, previamente se los retuerce

Una vez atados los hilos correspondientes a la cinta y los espejos, pasado los cordones y distribuidos en las lisas, se procede a la distribución en el peine y será este el que determinará el ancho final del tejido

Luego se procede al tejido, pasando la lanzadera de derecha a izquierda y viceversa, pisando el pedal que corresponda al dibujo elegido entre una y otra pasada con el simultáneo golpe del Battant que permite arrimar la trama para conseguir el tupido deseado

Finalizado el tejido, en el caso de galones simplemente se enrollan y para los flecos, se dispone el producido en el arco soporte para la confección de las borlitas o bellotas.

Espacio de preparación de los colores y devanador de mano

Comienzo del oficio en la familia

El joven Manuel “Manolo” Rodríguez, hijo de Lucía y Herminio, inmigrantes gallegos establecidos en Parque Chas, barrio de casas con umbrales elevados, dado lo deprimido del suelo y la tendencia a inundarse con las lluvias intensas, en 1950 a sus escasos 14 años, abandonó sus sueños de infancia de convertirse en mecánico de aviación para comenzar como aprendiz de pasamanero, en el taller de Schiavone en Bauness y Echeverría a escasas cuadras de su casa de la calle Ballivián ya que había que contribuir en el hogar.

Ya desde chico era muy hábil y creativo destacando sus dotes de artesano. Siempre recordamos la historia que nos contara en la que su jefe le decía con una sonrisa: “Manolito, no inventes nada más porque voy a tener que echarte”

Pasados menos de 10 años y ya con vistas de formar su propia familia y la consecuente independencia económica, junto a Horacio otro joven pasamanero, tomaron la iniciativa de establecerse por cuenta propia y armaron el taller en el cuartito de la terraza de Carmen, en la calle Lugones a pocos metros de la avenida Gral. Paz en el barrio de Saavedra 

Al poco tiempo llegamos nosotros, Carlos y Claudio, en orden de aparición.

Vivíamos en la casa de nuestros abuelos maternos, Lola y José quien era herrero artístico y su taller estaba situado delante de la casa. Crecimos en medio de oficios artesanales

Unos pocos años después, Horacio cambió su rumbo hacía la gastronomía y Artesanía, el nombre comercial del emprendimiento, deja de ser sociedad y pasa a ser unipersonal.

Para ese entonces nosotros estábamos en la escuela primaria y esperábamos con ansias los sábados a la mañana para ir al taller ya que a las 12.30 terminaba el horario laboral y nos íbamos al parque con nuestro padre y algunos empleados a jugar a la pelota. Previamente a ese momento “ayudábamos” en las tareas, formando nuestros colores, pasando la escoba o retorciendo nuestros propios cordones para mostrar con orgullo. Otra actividad impostergable era subirse a la calesita (urdidor) de manera alternada mientras uno la hacía girar con cierta velocidad hasta que el otro pidiera que parara

Entre los recuerdos más imborrables están los colores de los conos en las estanterías, los aromas de los hilos, el café recién hecho y el tabaco

Increíble que en esos 28 mts cuadrados hubiese 4 telares, banco de devanador, estanterías, devanador de mano y el fundamental espacio en el piso para la formación de colores.

Con el techo de chapa, sus 2 puertas y 3 ventanitas era frío en invierno y caluroso en verano pero a decir de quienes lo visitaban y de nosotros mismos, tenía un encanto especial, era propiamente un atelier.

Siempre nos maravilló la regularidad y la velocidad con que tejía en el telar, parecía propio de una máquina y la mano que tenía para formar colores. Las mezclas tenían conos de colores que jamás hubiésemos pensado en poner y una vez retorcido aparecía la magia y era idéntico al buscado.

Muchos clientes se quedaban más tiempo del necesario solo para verlo en acción y una frase de uno de ellos, que repetía con frecuencia y quedó grabada en nuestro recuerdo era: “Qué divertido Manolo”

Cuando nos enseñaba, le mostrábamos lo que hacíamos para su aprobación y la mayoría de las veces escuchábamos: “está muy bien, por qué no probás agregándole un hilo de…”, señalando por ejemplo un cono rosa claro cuando el color que buscábamos era beige. Invariablemente el tono resultante era odiosamente perfecto, un genio.

Ese es uno de los aprendizajes que más se tarda en incorporar, es más, si no se tiene algo de condición natural, nunca sale del todo bien.

Respecto a la regularidad y precisión, años de oficio las conceden. Aristóteles decía: “Somos lo que hacemos repetidamente. La excelencia, entonces, no es un acto; es un hábito.”

Ya en la escuela secundaria, orientación técnica, cumplíamos el doble turno y un día a la semana teníamos las clases de gimnasia en lo que hoy es el Parque Sarmiento y una vez terminada, cruzábamos por lo que entonces era el vivero para salir a la actual entrada principal del parque y nos dirigíamos al taller, a unas 4 cuadras para volver juntos para el almuerzo en casa. Durante ese período, lo ayudábamos algunos días durante nuestras vacaciones de verano.

Habiendo cumplido con el servicio militar obligatorio, recién empezado los ochenta, comenzamos a trabajar tiempo completo mientras cursábamos en el turno nocturno de la facultad. Si sumamos la actividad deportiva, novias y amigos, quedaba poco tiempo para el tan deseado ocio.

No comenzábamos la jornada muy temprano pero terminábamos tarde, el horario de apertura era a las 9, cortábamos para el almuerzo y retomábamos hasta las 18 para tomar el 140 en la esquina del parque, donde comenzaba el recorrido y nos permitía ir sentados para aprovechar a cabecear ocasionalmente hasta llegar a la UTN en Medrano.

En esa época tuvimos más cercanía a la parte administrativa y nos encontramos que algunos artículos se estaban vendiendo por debajo del costo.

Nuestro padre siempre fue un Bohemio, nunca puso el foco en lo monetario. Recordamos que había un cliente que vendía sofás a todo el país y demandaba gran cantidad de flecos, era tan regular en el pago como exigente en el precio. Cuando se le decía que había necesidad de aumentar, la respuesta era algo un poco más informal pero significaba, baje la calidad Manolo. Nunca lo quiso hacer, lo consideraba impropio y así fue como llego a trabajar solo por vocación.

Para fines de los ochenta, principios de los noventa, ya se habían sumado a Gladys, una máquina correntina de hacer borlitas, Claudia “La Negra” una gran artesana con mucha capacidad para sacar modelos y coautora de tantos.

La demanda y la falta de espacio hicieron que dejáramos el viejo taller para ir a lo que era previamente un gimnasio, también en la calle Lugones, cosas del destino, a media cuadra de La Pampa, límite entre Urquiza y Belgrano.

El lugar era tan grande como falto del estilo del que precedía. No sabemos si sus pisos de plástico, sus 2 vestuarios con 3 duchas cada uno o simplemente nuestra nostalgia pero algo no encajaba.

Los costos crecientes, los cambios en la moda y los indeseables vaivenes económicos del país hicieron que tuviésemos que volver a mudarnos en el 95 cuando finalmente llegamos al actual taller de la calle Argerich, ese que por muchos años fuese en el que Fito realizara sus labores de carpintero metálico.

Hoy vive en la planta alta junto a Rosalía, dos viejos queridos que orillan el siglo de edad y frecuentemente presentes por la planta baja.

En este taller se sumaron Miguel, un gran amigo de toda la vida, quien luego continuó su propio camino y “El Tío” como siempre fue para todos los que pasaron por el taller el hermano de Manolo.

Acá recuperamos el viejo ambiente que tanto nos gustaba, en un barrio muy tranquilo de casas bajas, más grande que el inicial pero con mucha madera, hilo, mucha luz y un jardín en el fondo con muchas plantas, incluso dos limoneros.

Al poco tiempo, con escasos 61 años, nos dejó nuestro padre, maestro y socio y desde ese entonces, a modo de homenaje, somos Pasamanería Manolo

Así llegamos a la actualidad, con dos generaciones y más de 70 años en este oficio, con muchos clientes y amigos a lo largo del camino, habiendo realizado infinidad de trabajos para particulares, decoradores, tapiceros, hoteles, embajadas, museos, teatros, castillos, residencias y casas de gobierno.

El futuro dirá cuales serán los próximos desafíos, con algunos ya hemos tenido la oportunidad de lidiar.

La estructura chica tiene sus pros y contras, es fácil ser versátil y acomodarse a demandas bajas o responder con velocidad a cambios de estilo pero no permite un alto volumen de producción para reducir los costos o generar utilidades importantes en períodos de bonanza.

Estas características son comunes a cualquier tipo de industria pequeña, en nuestro caso en particular y en el de cualquier oficio de mano de obra muy intensiva, una complejidad en particular es la formación.

Si bien las tareas básicas se pueden aprender rápidamente, la elaboración de la mayoría de nuestros productos requieren “calentar la mano” y para una formación completa el proceso lleva años. Es realmente complejo el equilibrio para determinar la cantidad de colaboradores y entendemos que esta, junto a la industrialización y la actual aplicación de la inteligencia artificial a nivel global en muchos campos más las tendencias de la moda hicieron que este tipo de oficio contara con cada vez menos artesanos abocados a su ejecución y continuidad.

Sin tener mayores precisiones, cuando nosotros dos comenzamos a tiempo completo, hace ya algo más de 40 años, existían alrededor de 8 talleres como el nuestro ocupando entre 5 y 10 personas cada uno. Hoy desconocemos cuántos somos pero difícilmente superemos la decena de artesanos.

El objeto de este escrito es divulgar la existencia, poco conocida por una gran mayoría, de la pasamanería, de la que formamos parte de su historia por al menos dos generaciones.